Ese día el sol brillaba como siempre, bañandola en su resplendor, tornando el color de su piel en tonos de miel y nuez. Su juventud perfumaba la calle y los ojos de los espectadores no la perdían de vista. Ella era simplemente la frescura de la primavera y el calor del verano combinadas casi perfectamente en las carnes y la figura de su cuerpo.
Sus senos firmes dejaban entrever las aureolas de la juventud, mientras sus piernas daban paso a ese menear característico de su coqueteo, al que daba rienda suelta así como su castaña y ondulada cabellera. Su mente anidaba la sed de ver el mundo, de ir más allá de embriagarse del placer que éste le pudiera ofrecer y sin escatimar en ambiciones y sueños ella simplemente se dejaba ir. Era la carencia de estas vivencias y posesiones que la presionaban a sumirse y ser esclava de ambiciones que a veces eran malsanas y mezquinas, pero a ella eso no le importaba. Deseaba agarrar al mundo y hacerle su esclavo, deseaba ser complacida y en su parecer era algo a lo que ella tenía sumo derecho y que por ende se lo merecía.
Sus pupilas se inundaban como una luna llena al ver las exhibiciones de las tiendas, las joyas de cristales coloridos, las ropas de diseño exclusivo que pueden halagar aún más su figura. Lastimosamente sus carencias le recordaban lo muy limitado de sus medios para ser posesa de semejantes bellezas materiales. Sus puños se cerraban y sus labios se apretaban a tan amarga realización. Aceleraba su paso para al menos tratar de esfumar las nociones de su situación en este mundo.
Ése chico joven y humilde, quien era dueño de buenas cualidades y quien a su vez le pretendía, no constituía lo suficiente para satisfacer lo que ella anhelaba de la vida, y mucho menos le podía proporcionar la felicidad material la cual se le había metido entre ceja y ceja y muy dentro de su corazón casi efímero. No. Él simplemente no era suficiente y su amor por ella y buenas intenciones no lograban rasguñar siquiera su interés.
La vanidad la poseía, la ambición la cegaba y el egoísmo le cerraba las puertas del corazón. Quizá ignoraba voluntariamente su vacío espiritual y lo oscuro de su empatía al no reconocer como esos sentimientos se arraigaron en su alma. Quizá no estaba enterada de que la frescura de la juventud, como todo en esta vida, ha de desvanecerse poco a poco, que ésa carcasa llamada cuerpo es sólo una caja que guarda lo más preciado de nuestra existencia y es ese el tesoro que merece mejor cuidado y empeño en cuidarle.
El tiempo no dejó de pasar sin discriminación ni huella, y por supuesto ella no fue la excepción. De todas las lecciones que le brindó la vida, muy poco, o casi nada ella aprendió. Se empeñaba sin remedio a cometer los mismos errores una y otra vez lo que endureció su corazón y de éste salían palabras embriagadas en reproche por la "injusta vida" de la cual había sido víctima y según su frívolo y superficial entendimiento le condujo a dejar su cuerpo al mejor postor mientras que sus sueños y ambiciones se tornaron en matorrales espinosos esparcidos en un valle seco y desierto.
Fin
escrito por jrqc
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